domingo, 31 de octubre de 2010

Las razones del blog. Un poco de historia personal. El amor por el deporte motor y la seguridad.

Nacido en 1956, me crié en un hogar en donde se respiraba el amor y respeto por el deporte motor, y en donde los nombres de los Gálvez, Fangio, y otros grandes, eran tan comunes en la mesa familiar como los de los más íntimos amigos.

En épocas en que quienes se subían a un auto de carreras no sabían realmente si terminarían con vida cada competencia, el valor y la caballerosidad no solo se limitaban a algunos nobles y príncipes que se dedicaban a la competición, sino que desde la más humilde peña de amigos hasta el millonario aventurero, todos compartían un aura de nobleza, y un espíritu deportivo en el que tampoco faltaba picardía a la hora de querer ganar.

Grandes marcas, grandes hombres… un caldo de cultivo en el que fui creciendo con admiración y un hambre eterno por información y aprendizaje de lo técnico. Finalmente se terminó de delinear mi máxima pasión: Los autos.

Tuve la suerte de vivir y poder comparar todo tipo de escenarios y categorías nacionales e internaciones. También visitar templos sagrados como “Maranello”, en donde se respira historia mientras “Don Enzo” contempla desde el cielo a sus metálicos y míticos hijos.

Siendo muy pequeño, recuerdo estar a la vera de una ruta durante una carrera y de la mano de mi padre, cuando una cupecita descontrolada apenas “pisó” la punta del pie de mi tía… una anécdota que marca el fervor y la pasión de la mano de la inconsciencia. No lo olvidaré jamás.

Las categorías de turismo… “anexos”… Citroën, Renault… la feroz irrupción de los Torino, los Falcon Angostados… los Chevrolet 230 y 250… las Liebres, Chevitú, Chevitres… el Televisor…

Recuerdo la valentía de “Il Matto Pairetti”, que no solo se animó a correr en el trueno naranja, sino que lo sacó campeón poco tiempo después de que ese auto pero pintado de Azul, y con otro motor, había tenido algunos desgraciados accidentes… héroes de carne y hueso… Recuerdos inolvidables, en donde no faltan algunas decepciones.

Nunca podré compartir las razones para “matar” a los Sport Prototipos, nacidos de la mano de varios genios locales, que todavía hoy, cuarenta años más tarde, nos siguen sorprendiendo con sus creaciones y resultados. Menos se entiende aún, cuando podemos contemplar a los TC actuales, verdaderos cascarones envolviendo prototipos, a la sazón el doble de costosos que un NASCAR… algo para pensar.

Admiré a rabiar el Berta L.R., de la mano del genio de ese “muchachito cordobés”, que les hacía pasar papelones a los más grandes equipos que visitaron nuestro país en aquella inolvidable temporada… Y vimos el nacimiento “del mago”, título ganado a fuerza de esfuerzo, capacidad y trabajo.

Con este “paraguas”, no es extraño que el primer auto que manejé fuese un Karting, mientras mi padre gritaba enfervorizado desde la pequeña tribuna, casi de juguete… para prestarme por primera vez su Citroën, pocos días después… con solo diez años, pero con muchas horas de copiloto y aprendiz. Algo que también debo agradecer a mi padre.

Fititos preparados de amigos, noches sin dormir desarmando y ajustando los primeros motores, cajas, diferenciales… y mientras pasaban los años, el aprendizaje práctico se daba la mano con el seguimiento de los grandes nombres de corredores propios e internacionales.

Creo que jamás olvidaré tres o cuatro carreras de nuestro “Lole”. Han quedado como “mojones” dentro de una época en donde las cosas eran posibles, los asientos de un F1 no se alcanzaban solo con dinero, y los pilotos no nacían en un simulador, sino que pagaban muy caros sus errores. Cuando se quedó sin nafta en Buenos Aires, lloré tirado panza abajo en la arena (estaba en la playa de vacaciones), con la radio SPYKA pegada en la oreja. Me reí cuando “no veía” el cartel “Jones-Reut”, y volví a llorar cuando “misteriosa y oportunamente”, una tuerca floja en la caja lo obligó a perder el campeonato.

Con los años, un flaco “me atrapó”, cuando arriba de una cupe Fuego, terminaba ganando carreras con una cubierta de menos, o el auto en llamas… Portazos más, declaraciones menos, sin duda un personaje irrepetible.

Caballerazos como Willy Kisling, quien hoy nos deleita con su trabajo pero debajo de los autos, realmente conforman un firmamento con múltiples estrellas, y que realmente hacen de nuestro país un “santuario” del automovilismo deportivo.

No solo hay corredores de primerísimo nivel, que han demostrado y demuestran estar en niveles iguales o superiores a los de las máximas categorías mundiales, sino que contamos con los mejores ingenieros (de la universidad y de la vida), a la hora de desarrollar vehículos de competición.

Si: Amo a mi Argentina, a mi gente, a nuestro espíritu deportivo, a nuestra historia y nuestros muchachos, arriba y debajo de los autos.

Estas líneas encuentran su razón en ese amor. Como con el amor no basta, el objetivo es la búsqueda de las cosas para mejorar, la opinión con sugerencias, el análisis de lo que se ve, y también de los intereses que subyacen tras bambalinas, y que a veces nos enlutan o avergüenzan cuando se pierden vidas que podrían haberse salvado, o el espíritu deportivo se deja de lado por razones que no le son propias.

Todos y cada uno de los que amamos el automovilismo, formamos parte de una gran familia. Una familia cuyo gran paraguas cubre una industria honesta y capaz de dar trabajo a miles de personas, y disfrute a millones de apasionados.

Lo poco o mucho que puede aportar cada uno, su opinión desde el lugar que le cabe, es el granito de arena que conforma la “gran playa”. Sin la suma de cada granito, la playa no existe. Hagámosla brillar con limpidez y generosidad. Al menos ese es mi sentir.

La razón de ser de este espacio, denominado “automovilismo eco-político”, tiene que ver con la necesidad de expresar cosas que el paraguas económico-comercial de la actividad, a veces limita, pinta o deforma en función de intereses que se alejan de lo deportivo.

Ignorar la realidad comercial y los intereses políticos de los dirigentes, sería una mirada miope. No intentar marcar aquellas cosas que atentan contra el deporte en pos de los negocios, también es matar una parte de la esencia del deporte.

El sponsor lo es porque hay millones de partícipes en forma de espectadores, a los que desea llegar con su producto.

Los espectadores lo son porque aman la actividad, simpatizan con una u otra marca, y disfrutan de la habilidad de los pilotos… que solos o sin vehículos no tienen razón de ser.

El entorno debe ser ante todo, seguro. Y seguro significa no solo proteger al piloto en accidentes, sino poner a salvo a los espectadores, alejarlos de trayectorias de autos o partes fuera de control, como también salvaguardar la vida de cualquier auxiliar de pista.

A lo largo de los años vamos acumulando muertes en accidentes que, mientras algunos los colocan bajo el paraguas de la “fatalidad”, otros los vemos como omisiones en las normas de prevención en pos de la seguridad.

No debe haber banderilleros o fotógrafos a los lados de la pista sin mediar protecciones reales, así como tampoco público en la línea de escape de autos o sus partes fuera de control a la salida de una curva peligrosa… la lista es muy grande, y en nuestro país, los circuitos no han seguido la evolución de los autos, su velocidad en curva y otras variables.

Para marcar lo que quiero decir, va un ejemplo: Si un karting pierde una ruedita de 5 pulgadas a su velocidad máxima, el daño que puede hacer es apenas una fracción de lo que puede hacer una rueda de TC, tal vez con un pedazo de maza, o eje, que desprendida a más de 200 km por hora le pegue a un espectador luego de volar o rebotar cientos de metros. Sin vallas consecutivas adecuadas a la masa en juego, es simplemente un juego de ruleta rusa, con participantes que ignoran que pueden llegar a serlo desde el lugar de espectadores.

Cada autódromo debe calificar para cada categoría, en función de la velocidad máxima y la masa de los “proyectiles” o sus partes potencialmente desprendidas.

Y si hay tribunas donde no puede haberlas en función de potenciales accidentes, o se las quita o desplaza, o no deben correr los “pesos pesados”. Simple como idea, tal vez más difícil de llevar a cabo pues requiera obras… costos… pero, ¿cuánto vale la vida de un espectador? Téngase en cuenta que no hablo del valor que pagará el seguro, y eventualmente un “amistoso” acuerdo entre partes y lejos de la publicidad. Hablo de la vida de un papá para su hijo, o de un hijo para su papá y mamá.

Y si no se decide hacer las obras por razones económicas, al menos debería colocarse carteles instruyendo a los espectadores sobre los lugares más peligrosos. Así como los paquetes de cigarrillos llevan su leyenda de “perjudicial para la salud”, no podemos asumir que cada persona que asiste a una competencia en un autódromo, tiene pleno conocimiento de cuales lugares a los que se le permite el acceso, son peligrosos para su vida en caso de accidentes.

Basta con mirar los incontables accidentes en donde vemos saltar el público esquivando autos o ruedas descontroladas, para saber que esto no es caprichoso. Es una realidad que algunos pretenden ignorar mirando para otro lado, o diciendo que el que asiste a un autódromo sabe que es peligroso para su vida.

Los seguros que toman quienes asisten por su trabajo, son una muestra clara de que el riesgo está, se conoce, y se cuantifica en el valor de la prima.

Por otro lado, si un evento desgraciado puede evitarse, entonces no se trata de un accidente, o “fatalidad” como denominan estas muertes, como adjudicándolas a la voluntad de Dios, y no a la desidia o inacción de los hombres. Hay que trabajar, ser creativos, y cumplir las obligaciones que emergen de la retribución que se percibe por cumplir tareas organizativas o dirigenciales. Al menos, esa es mi mirada, mi opinión no condicionada ni digitada por interés económico alguno. Mi único interés: El disfrute de una fiesta compartida, que jamás debería vestirse de luto.