miércoles, 21 de septiembre de 2011

Fórmula uno – La supremacía del dinero.

Si hay una verdad de Perogrullo de aplicación en la máxima, es que sin presupuesto no se llega a ninguna parte. Otra es que solo con dinero tampoco.

Desde los años en que Ferrari se transformó en imbatible con un presupuesto extraordinario y un equipo conformado por Jean Todt, Ross Brawn y Michael Schumacher, uno de los objetivos de los reglamentos ha sido “que no pueda ganar siempre el mejor”.

A partir de la desaparición de motores para clasificar diferenciados de los de carrera, nacieron muchas reglamentaciones complicadas solo para tratar de romper la perfección obligando a más paradas en boxes que pudiesen introducir el azar en los resultados. Imaginar una competencia en donde las cubiertas duren toda la carrera y no se recargue combustible, sería la más pura expresión deportiva. Solo mano a mano, y que gane el mejor.

El factor determinante en mayor grado de una supremacía tecnológica ha sido el presupuesto aplicado a obtener y plasmar la mejor ingeniería. Entendiendo esto y para equiparar hacia abajo, se pusieron los límites presupuestarios. Bajo protesta de los poderosos por considerarlos imposibles, la iniciativa sirvió entre otras cosas para incorporar equipos que jamás podrían haber siquiera pensado en hacerlo. Lamentablemente hemos visto sumarse autos literalmente de otra categoría, así como algunos papelones históricos como el que dejó al argentino “Pechito” López sin correr después de pagada una butaca... virtual, de un auto que jamás vio la luz.

Hilando fino y “off the record”, el costo de construir y desarrollar un monoplaza “de punta” de un año para el otro no es factible realmente con el número planteado como límite reglamentario. En el nivel de la tecnología actual, cada décima ganada puede costar muchos millones de dólares. Y con la condición excluyente de contar con los mejores ingenieros para implementarla además de pilotos capaces de no desperdiciarla.

Hemos visto escándalos en que para acortar caminos se ha recurrido al espionaje como atajo. El caso McLaren-Mercedes copiando a Ferrari es algo que quedará como una vergüenza, y probablemente ha sido parte de la motivación de Mercedes para tener un equipo propio separado de un socio… desprolijo.

Hoy se hace público lo que desde hace rato se rumorea entre bambalinas: Se sospecha que el equipo RBR no pudo haber tenido semejantes resultados en 2010 -¿2011?- respetando el presupuesto “legal”. Una cosa es contar con quien parece el mejor ingeniero del momento, y otra poder implementar en tiempo y forma todas las ideas que se atacan de manera simultánea para elegir y desarrollar la mejor. La velocidad de respuesta y avance tecnológico que ha demostrado RBR solo se obtendrían con un equipo muy fuerte trabajando en simultánea… con mucho costo.

La FOTA -Formula One Teams Association- ha encargado una auditoría a la empresa holandesa Capgemini, y esta habría interpretado que los informes sobre la estructura y fuerza de trabajo (el nudo gordiano del rendimiento) son ambiguos y dan para pensar en que se ha excedido largamente lo reglamentado. Los titulares y responsables del RBR toman el tema como una violación de su privacidad por usarse datos que consideran confidenciales.

Más allá de cualquier argumento circunstancial de una u otra parte, si un reglamento expresa limitaciones al dinero puesto en juego, tendría que tener fijadas reglas claras para mensurarlo. Nadie se extrañaría si se mide una cilindrada o cualquier parámetro reglamentado. Por ende si hoy se puede argumentar en contra de abrir los números, es porque dicha argumentación no estaría refutada de raíz en el reglamento.

En el fondo de esto subyace una vez más el doble mensaje. Se quiere desde algunos sectores una fórmula uno más “democrática” y en la que pueda participarse con menos presupuesto, mientras que se sabe realmente que es imposible si se quiere tener un auto capaz de campeonar.

En la máxima expresión de la tecnología del deporte motor como es la Fórmula Uno, estos recursos a veces tan recalcitrantes para “que no gane el mejor” deberían dejarse de lado. La realidad muestra que más allá de lo que se haga para torcerlo, el mejor auto es el mejor auto, y cuesta lo que cuesta. Si se acepta esta realidad, agregar limitaciones “teóricas” de presupuesto, eliminar muletos, penalizar roturas legítimas, diseñar cubiertas para que se gasten y otros recursos, no hace más que complicar lo que el destinatario final recibe y desea: Que gane el mejor.

Luis A. Buccino

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