lunes, 14 de noviembre de 2011

La diferencia entre un piloto y un dirigente.

Todo lo que sucede en una pista de carreras tiene en si dos tipos de responsabilidades. Directa de los pilotos, por sus errores y aciertos, e indirecta pero mayor de los dirigentes.

Los pilotos pueden ser mejores o peores, pero como atenuante de sus errores cabe mencionarse que proceden a alta velocidad, muchas veces sin tiempo para la reflexión, y a impulso de la adrenalina y sus pasiones personales.

Un dirigente tiene a su favor, mucho tiempo para reflexionar, equipos de gente en que apoyarse, informes técnicos para evaluar múltiples aspectos de cualquier cuestión, y vinculación política con los gobiernos nacionales y provinciales de los territorios en que desarrollan su actividad. De sus decisiones depende no solo el éxito de una actividad comercial, sino la defensa de la vida y los derechos de los pilotos, auxiliares de pista y público presente. Esta responsabilidad no abarca solamente las reglamentaciones que mejoran las características técnicas de los autos, sino por sobre todas las cosas, la seguridad de los espacios físicos que involucran a un circuito y sus periferias, además de la obviedad de la pista en si misma.

Existiendo en Argentina circuitos perfectamente conocidos por sus medidas de seguridad, reconocidas y calificadas no solo a nivel nacional sino internacional, no cabe excusa alguna para aprobar con normas notablemente inferiores, a viejos circuitos conocidos como peligrosos, callejeros sacados de la galera y cualquier engendro que los pilotos saben perfectamente que no deberían utilizarse. Muchos dirigentes han sido pilotos… ¿entonces? Ni siquiera tienen la excusa de la ignorancia, saben perfectamente lo que están haciendo. Lamentablemente utilizan sus pergaminos, para avalar decisiones tomadas por razones insustentables.

Nuestro automovilismo, y especialmente el TC, tiene no solo una rica historia deportiva, sino un lamentable record de modificaciones tardías de situaciones peligrosas corregidas “Post Mortem”… a regañadientes, dejando de lado razones siempre económicas, bajo el justificativo de “tradicionales”. Carreras en ruta, acompañantes… Solo las muertes puestas a la vista han servido para cambiar rumbos.

Las medidas de seguridad de los autos han servido con sus mejoras paulatinas, para “envalentonar” dirigentes. Total… los autos son “tan” seguros, que hasta algunos piensan en volver a las rutas “de vez en cuando”… callejeros “políticamente y/o económicamente interesantes”… más de lo mismo dejado atrás por seguridad, ya que si ahora hay accidentes, los autos protegen… ¿pero saben qué? No protegen tanto como para ocultar pésimas decisiones políticas con costo mortal.

Una cosa es “hacer” todo lo mejor a conciencia y escuchando las voces de alerta desde sectores que saben de lo que hablan, y otra muy diferente es “hacer como que” se hace, mientras se desoyen las voces que justifican con argumentos su rechazo al sub-accionar dirigencial.

¿Hasta cuando “señores” dirigentes?

Norberto Fontana hay uno solo… capaz de esquivar marcha atrás en un trompo banderilleros mal ubicados, o de usar el auto como un tractor para sacar de la pista autos cruzados para salvarle la vida a un compañero… y de tantas cosas que solo un as del volante, responsable y generoso puede hacer arriba de un auto de carreras.

Pilotos experimentados, “señores”, hay muchos. Pero no son todos. Pibes hábiles, inflados por el sistema, carentes de experiencia y de la prudencia que solo da la edad… sobran.

Solo son los dirigentes los que deben y pueden dar un marco, “el mejor marco” para la actividad.

Su función, señores dirigentes, es mantener vital el negocio, pero sin que la moneda de cambio sea la vida. La prioridad es la vida, no el negocio. Si no lo entienden así, mejor dar un paso al costado para que otros con valores diferentes hagan lo que la gente quiere: Ver pilotos excelentes, en lugares excelentes, dando espectáculos excelentes… con “seguridad para todos”… pilotos, auxiliares y público.

De no ser así... Dios lo ve todo… y la gente ya no come vidrio.

Luis A. Buccino

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